¿Pero qué hago aquí escuchando esto que no me gusta oír?, ¿y qué hago con estas historias que me conmueven hasta las entrañas y que expresan situaciones frente a las que no puedo más que sentirme impotente e indignada? Somos veintidós feministas que vinimos a Oaxaca, hoy miércoles 25 de octubre, a encontrarnos con compañeras de organizaciones civiles, de la Coordinadora de Mujeres Oaxaqueñas 1º de agosto, parte de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, y con algunos de sus líderes, para mostrarles nuestra solidaridad y para “conocer la situación”. Para “entender”. Sin embargo, mientras más escucho sus experiencias y la situación que viven, menos entiendo. No tiene sentido la injusticia, no tienen sentido las peores arbitrariedades, no tiene sentido el dolor extremo.
Vinimos a mostrar nuestra solidaridad a estas compañeras y lo más que puedo ofrecerles es un estúpido pañuelo para que nos sequemos las lágrimas silenciosas que se nos escapan primero discretamente y luego manifiestamente expresivas de todo eso que se nos duele y sólo nos duele porque no se puede entender.
Son cerca de sesenta mujeres de la Coordinadora quienes vinieron a reunirse con nosotras, profesionistas: una abogada, una bióloga, una médica; universitarias, amas de casa, maestras de educación preescolar y básica -algunas de ellas pertenecientes a la Sección 22-, mujeres indígenas y no indígenas, campesinas o “serranas” como se dicen ellas, y también urbanas. Muchas de ellas están en este movimiento porque reivindican las demandas de su gremio, otras porque se han solidarizado a lo que consideran una causa justa, y más que nada, una necesidad de sobrevivencia: resistir conjuntamente a las agresiones de un gobierno, y a una situación sociopolítica y económica insostenible. Junto con ellas, están también quienes además han sido particularmente afectadas por la tiranía gubernamental: mujeres jóvenes y mayores cuyos hermanos, parejas, papás, compañeros universitarios, amigos de lucha, líderes locales, o vecinos han sido desaparecidos, secuestrados y torturados, encarcelados.
Escucho lo que dicen, empezando por la situación sistemática de hambre extrema que viven los niños y niñas de preescolar que motiva a la docente a lanzarse a la lucha social, que ya es suficiente para causarme cierta aprehensión, o el asesinato en plena luz del día de algún otro civil, que aumenta notablemente mi tensión, hasta el más aterrador de los episodios de secuestro, tortura y detención ilegal de un maestro, de un líder social o de un simple ciudadano capturado y destrozado físicamente sólo para que sirva como “mensaje” a los líderes.
Son las 4 de la mañana y tengo la certeza de que mi corazón desapareció y todo mi esternón se ha volcado, derrumbado más bien, hacia dentro de mi cuerpo, lo cual me produce un frío terrible y mucho dolor. Despierto. Estoy empapada de sudor. No están fuera de lugar mi corazón ni mis costillas, pero sí mis sentimientos y mis certezas. Estoy viviendo la opresión, el desamparo. Y eso que sólo escuché unas horas a esas mujeres, que no he tenido a ningún familiar ni conocido en una situación ni remotamente cercana a la que narran, que no estoy siendo, como ellas, amenazadas, seguidas, y continuamente “avisadas” ya sea a través de mensajes que saturan sus celulares o de llamadas telefónicas a cualquier hora, con el breve pero claramente violento e intimidatorio: “ya párele” o “deje de hacer tanto escándalo”. Sin embargo, no dejo de pensar en lo que compartieron con nosotras, las que queríamos “entender”, y quienes nos solidarizamos con un pañuelo.
“Mi marido”, “Ramiro”, “mi compañero”, “mi papá”, “mis hermanos”… No están en sus casas ahora. Fueron asesinados. Están desaparecidos. Están en la cárcel. En este caso, en grandes operativos, con motos, tsurus, patrullas, camionetas blindadas, y hasta helicópteros, han sido secuestrados maestros, líderes comunitarios, sindicales, o indígenas. Quienes son llevados en helicópteros, son amenazados con ser aventados al mar. Pasan horas siendo trasladados de un sitio a otro hasta que llegan a una cárcel en donde se les niegan todos sus derechos: no sólo se les niega la posibilidad de hacer una llamada telefónica, o de conseguir un abogado particular, sino incluso de saber en qué lugar están. Algunos han sido llevados hasta La Palma. Se les tortura física y psicológicamente, y bajo estos procedimientos se consigue que firmen desde cartas en donde se niegan a aceptar visitas o a recibir alimentos diariamente, hasta falsas declaraciones. Permanecen en celdas de castigo, con capuchas, y permanecen sin contacto durante días. El control sobre ellos es extremo, son obligados a entregar las semillas de una manzana, para que puedan comer otra. Evidentemente el objetivo de esto es meramente la vejación, el ejercicio del poder. A veces, sacan a estos presos-secuestrados para “leerles sus expedientes”, hay casos en que el expediente, siempre extensísimo, hasta de 600 fojas, cambia dos o tres veces por semana si se niegan a firmarlo. Puede haber algunos con cargos que van desde el robo de autos, hasta el tráfico de drogas o de armas. Muchos son delitos denunciados por la policía local.
Esta parte es importante, no sé si jurídicamente, pero sí en términos del sentido, el profundo, que tiene para ellos y ellas esta lucha en la que están en la disposición de perder todo, y de hecho, lo pierden: bajo cargos de delincuentes se tiene y –a veces- se procesa a los presos políticos. A los que fueron emboscados y acribillados, la “Procuraduría de Justicia” los presenta como muertos en “riña callejera, ocasionada por exceso de alcohol”. Es una operación simbólica fuerte por la cual se elimina de la responsabilidad política a los agresores, que son parte del gobierno, por la que se desvirtúa la acción y lucha política de las víctimas, y por la que se mancilla la memoria social de un movimiento.
Respiro profundo. Vuelvo a pensar en los operativos. Esos que describí antes son como de película gringa. Es muy fuerte que existan aquí y que se financien en uno de los estados más pobres de la República Mexicana. Hay otro operativo que me impactó mucho más por el despliegue de autoritarismo y la burla que representa: Irrumpe la policía el día del tequio o trabajo comunitario, para llevarse a algunos líderes. La comunidad, cuyo trabajo de esa jornada giraba en torno a la construcción, se defiende con ladrillos. Después de horas de lucha, de balas contra ladrillos, la policía se va. Quedan muchos heridos. Son llevados al centro de salud donde, por falta de medicamentos y equipo, no pueden ser atendidos. Llaman a las ambulancias. Después de unas horas llegan las ambulancias y se llevan a los heridos. En ellas venían “judiciales vestidos de doctores”. Esos heridos despertaron amarrados a una cama de hospital y están presos.
Sobra decir que no hay ningún porro ni escolta del “gobernador” –que son parte importantísima de los operativos violentos que emprende el gobierno-, ni tampoco ningún policía, en la cárcel o ni siquiera acusado por las agresiones y asesinatos que cometen, pues después de algunas horas, salen libres “por órdenes del gobernador”.
La injusticia es extrema. Tampoco es sólo de ahora, hay presos que llevan 2 o 3 meses en la cárcel, producto de los operativos de Ulises Ruiz, pero hay otros que llevan más tiempo, 4 años, 9 años. La miseria, la manipulación, el cacicazgo, el autoritarismo, la falta de un estado de derecho, datan de muchísimos años atrás en Oaxaca (y en muchas otras partes del país).
Regreso a la voz de las mujeres. Observo en ellas la profunda necesidad de hablar, con nerviosismo, con llanto, con angustia, con rabia, pero sobre todo, con mucha claridad. Aunque empiecen sus narraciones con un “yo no sé por qué…, “…estoy aquí”, “…este año me involucré más que otros”, o un “no tengo ni idea por qué….”, “…se lo llevaron”, ”…desapareció”, tienen la seguridad de que requieren luchar. Muchas reconocen años de lucha y liderazgo locales de sus familiares, pero siempre expresan un “no sabíamos a quien nos enfrentábamos” o un “no estábamos preparados”, la injusticia, la persecución y castigo gubernamentales sobrepasan todo límite pensable, y aunque tienen miedo, saben que no pueden echarse para atrás. Hasta ahora, 11 asesinados, 8 torturados y 5 detenidos, son el saldo que hasta el 25 de octubre contaba la APPO en los últimos 3 meses, cuando se desató con tremenda violencia la represión en la ciudad de Oaxaca. Sumemos ahora los otros que la entrada de la Policía Federal Preventiva ha dejado y dejará.
Pienso en lo que sienten esas mujeres que van buscando a sus familiares en distintas penales durante días sin que nadie “les diera razón”. ¡Qué frase!, ¿es que alguien puede dar razón ante esta situación totalmente irracional?
Yo nunca había estado cerca de la guerra. Por eso me impacta y me enferma. Pero lo que más me impacta, es cómo la lucha y la necesidad de sobrevivir empiezan a normalizar situaciones que son extremas e intolerables para quienes estamos fuera: decir “por suerte no está tan torturado”, como si hubiera parámetros más o menos aceptables de tortura, o referirse al paso de las “caravanas de la muerte” (camionetas blindadas que secuestran o matan gente) como se habla de cualquier otra cosa, evidencian la cercanía y habitualidad de cosas que no deben tomarse como usuales ni como norma. Es una más de las sinrazones.
Junto a todo este horror, siempre aparecen también con igual, de hecho, con mayor contundencia, la dignidad, la fortaleza humana capaz de enfrentarse a todo, de sobreponerse, de construir, de luchar. Un ejemplo son las mujeres de la Coordinadora que espontáneamente han formado barricadas, comités de vigilancia, de defensa, de movilización, de apoyo a campamentos, brigadas móviles, tomas de oficinas, y de muchas otras cosas para defenderse, para evitar que trasladen a los presos, para cuidar sus calles, sus esposos, sus hijos, su propia vida. Mujeres que tras una marcha para mostrar su repudio al “gobernador” Ulises Ruiz y al régimen opresor bajo el que viven, y ante el hartazgo producido por la indiferencia y la manipulación de los medios de comunicación, que sólo “difaman” al movimiento, tomaron las instalaciones de tele y radio locales, y echaron a andar la radiodifusora. Mujeres que, sin nunca haber visto un micrófono, se convirtieron en comunicadoras y en activistas políticas que luchan por la libertad, que recuerdan a “los caídos”, que politizan a la gente, que les permiten expresarse. Mujeres que quieren seguir luchando, que no se cansan, a quienes les duelen sus esposos, padres, hermanos desaparecidos o presos, pero a quienes más les duelen las condiciones de vida que tienen y por eso se entrega a la lucha.
En Oaxaca no ha habido clases, pero cómo nos enseñan esas mujeres y hombres valientes que luchan por justicia y una vida digna. Escribo esta memoria personal como muestra solidaria con esas mujeres a quienes me uno para denunciar la injusticia, la violación sistemática a todos los derechos humanos y garantías constitucionales, y la violencia extrema como forma de mal gobierno, y a quienes agradezco profundamente este aprendizaje doloroso que comparten con nosotras.
¡FUERA ULISES RUIZ!, ¡ALTO A LA REPRESIÓN!, ¡PRESOS POLÍTICOS, LIBERTAD!
Luz Maceira Ochoa
Octubre 2006